Reseñas

6 de Agosto de 1941

6 de Agosto de 1941
El ferrocarril de Ancud a Castro
El ferrocarril de Ancud a Castro nació con mala estrella, no cabe la menor duda; y no habría sido construido tan pronto si don Pedro Montt no envía al congreso el mensaje respectivo para su estudio y trazado definitivos. En ningún instante los administradores dispusieron de los elementos necesarios para su explotación. Siempre tropezaron con mil dificultades, con olvidos, con falta de dinero para los más indispensables. Su situación económica en algunas oportunidades fue desesperante. Vinieron inspectores, ingenieros que tomaron nota sobre los reclamos, regresando con la idea de que las cosas luego se subsanarían.
Comenzóse el servicio con máquinas y carros viejos que se hallaban arrumbados en las bodegas de la línea que va de San Bernardo al Volcán. Hasta los rieles llegaron gastados por el uso de muchos años; y para que pudieran iniciar su recorrido fue necesario que en su primera mañana se le cubriese con ropas viejas y ajenas. En estas condiciones tan poco favorables ha continuado cumpliendo su tarea.
Una empresa que dispone de tan pocos elementos de vida, no puede prosperar. Sus esfuerzos en tal sentid resultan vanos o poco menos.
Paralelamente a la línea y a una distancia considerable, de varios kilometros en algunos puntos, corre el antiguo camino Caicumeo con grupos de pobladores bastante numerosos. En el medio se extiende el bosque impenetrable.
Por tanto, los habitantes que tienen sus domicilios a los largo de esa vía no hallan como ponerse al alcance del ferrocarril para trasladarse a Ancud, Castro, o otros puntos intermedios en un momento dado. Esas poblaciones, que datan desde los días de la colonia, llevan una vida vegetativa, sin medios que les faciliten el acarreo de sus productos. Tampoco el ferrocarril aprovecha el esfuerzo estéril de esos brazos. Un problema más es este que debe resolverse.
I se argüirá, para no atender el reclamo, que deja perdidas. Sobre este particular tendríamos que decir muchas cosas, no muy agradables, por cierto, y preferimos doblar la hoja para seguir discurriendo en torno al tema que en tantas oportunidades hemos tratado y que, seguramente, no será esta la última vez.
Errores fundamentales se cometieron en la construcción de nuestro ferrocarril. Fue un desacierto lamentable darle una trocha de sesenta centímetros, en vez de ochenta. Región maderera por excelencia, era de suponer que el acarreo de postes en bruto de gran peso iba a ser constante.
El ramal a Lechagua fue otro. Con el costo que demandó esa obra y la del muelle de atraque que ahí se hizo pudo construirse detrás de la aduana un excelente malecón desde donde habría partido el tren siguiendo la línea de la costa hasta Pudeto.
Basta por ahora.